EN BUSCA DEL SEXTETO  PALENQUERO
Por: Adlai Stevenson S.  (EL  HERALDO, Barranquilla)
Para llegar a San Basilio de Palenque hay  que internarse en el primitivo territorio del cimarronaje africano en Cartagena  de Indias, de la historia negra, caballero, cuando los negros cansados de la  esclavitud perpetua dieron su grito de rebeldía de la mano de Benkos Bioho  forjando para la historia una población libre y orgullosa de sus ancestros. La  otra carretera -la física y terrenal- por la que se llega a este enclave de  tambores, bordea el Canal del Dique, sube por colinas, baja por recodos surtidos  de ñame, maíz, queso y mangos frescos, pasa por el cruce del 'Vizo' hasta que  irrumpe en una aglomeración justo donde queda un puente, último tramo hacia una  trocha destapada y caliente, casi africana, de nuestro Caribe iluminado, en que  irrumpe la romería de las caras lindas de mi gente negra rumbo a su pueblo.  
El carro brinca, zigzaguea entre los charcos del reciente  aguacero, evade motos, salpica a las bestias que pastan mansas y se interna  despacio bordeando el río, el arroyo de Palenque. A un lado, casi en la entrada,  se encuentra el barrio Palenquito cobijado por una extensa arboleda que presenta  una sugestiva sombra a las casas alineadas unas tras otras al borde del camino  en que mora en una de ellas la reina del Bullerengue, doña Petrona Martínez.  
- Oye Petrona, ¿la vida vale la pena? 
Responde  que solo cuando la creciente baja y pueden coger la pala para sacar la arena del  río ganándose para el arroz. Pero ahora es tiempo muerto para la venta de arena  y gravilla moviéndose el río sin mucha prisa a través de peñascos formando  apenas un lánguido hilo amarillo por el que discurren las discretas escorrentías  de las lluvias. El camino continúa y en un recodo aparece el mítico cementerio  de Palenque, enigmático lugar de encuentro con la muerte, lugar ceremonial al  que le canta el tamborero Batata pronosticando agorero, que "Espérame, mañana me  voy de cruces", paso inicial necesario para cumplir después con los rituales de  los nueve días del lumbalú. Al fin aparece la pequeña plaza con su cancha  deportiva, la estatua libertaria y la tarima en que cada año por octubre, en  medio de relámpagos justicieros, se hace el festival de tambores convocando a  los sobrevivientes de la diáspora palenquera pues como dicen ellos mismos no hay  pueblo de la Costa que no tenga un nativo de esta población.  
DONDE GRACIELA 
El tamborero Tomasito  Terán, Batata IV, ha hablado previamente con su madre Graciela para que ofrezca  posada a unos amigos suyos periodistas y ella acepta con gusto. Es la líder del  conocido grupo de bullerengue 'Las Alegres Ambulancias', hermana de Batata y  cantante ocasional de los grupos de sexteto.  Preguntamos en la plaza por la casa de Rafael Cassiani, cantante y director del  legendario sexteto Tabalá y  alguien señala un ilusorio barrio Arriba, montado en una imaginaria loma, adonde  nos encaminamos. En la sala hay variopintos trofeos enmarcados como diplomas  exhibiendo las hazañas musicales de la maravillosa marímbula sonera en la cumbre  de los no alineados, mensajes de agradecimiento del secretario de la OEA y  certificaciones del Presidente de la República, en nombre del país agradecido,  alabando la gesta cultural sextetera. Cada uno de ellos tiene una historia y  Cassiani, que no es hombre parco, la dispone a sus interlocutores, entre pícaras  sonrisas, explicando pormenores del suceso. 
MARÍMBULA Y  MAÍZ 
Por los rincones de la casa aparecen dejados al desgaire  la marímbula del sexteto, más allá  el maíz recién cortado, sacos repletos -porque para los sexteteros de la Costa  la agricultura es ocupación consustancial al oficio de músico- con forrajes;  "Pero ahora", sostiene Cassiani con énfasis de recién pesimista: "no hay plata,  ni toques, ni nada: nada, mi hermano". Y cuenta la terrible desdicha de la  reforma agraria que lo dejó en 1952 cesante del Ingenio Central Colombia cerca  de Mahates donde aprendió los vericuetos del changuí sonero cubano al igual que  su tío y de muchos otros trabajadores palenqueros. Recuerda cuando su esposa  fallecida le miró, esa noche de hace más de cuarenta años en el triste regreso a  casa; su cara infinita de desconsuelo suponiendo el fin de la pequeña  prosperidad familiar cortando caña con los negritos del batey. Ese inolvidable  hecho aciago obligó a Rafael a reflexionar sobre la propiedad de la tierra,  asunto que le sirvió para inspirarse posteriormente, cualquier día, confesando  al mundo su pena laboral en forma de sentida canción: 
-¡Esta  tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación!...  
Cansado de ver desperdigados a los muchachos compañeros del son  -todos de setenta años- a los que solo reunían los eventos funerarios del  lumbalú, decidió, otra vez como antes, amenizar las fiestas de los vivos,  moldeando en torno a su figura al antiguo sexteto habanero de  los barrios Arriba y Abajo con un nombre que le pondría más tarde un profesor y  que sería su grito cultural palenquero de guerra para siempre: el sexteto Tabalá.  
Lo espléndido de los sandungueros bailadores es que recurren a  una hermosa coreografía que hacen de su baile, un ritual enloquecedor.  
PALENQUE DEL ALMA 
Pero las divisiones  sociales y espaciales también se producen en este territorio africano desplazado  a las sabanas de Bolívar. Mientras el equipo de la Fundación Cultural Nueva  Música camina por las calles polvorientas, en las puertas de las casas se asoman  grupos de adolescentes hablando en dialecto, que son miembros insignes de un  grupo de danza. Otros hablan con propiedad de etno educación, de antropología,  de sociología, estudiando en universidades bogotanas no aceptando cuentos ni  poses de explotación de la imagen de su Palenque del alma. Más allá unas  jovencitas pasan sonrientes ofreciendo sonrisas, caminando con una sandunguería  que casi revienta sus apretados pantalones. Nos apostamos en el restaurante,  caseta y club social del pueblo donde ya a estas horas somos artículo novedoso. De improviso, llegan de uno en uno los otros miembros del sexteto sentándose  en una larga mesa mientras el picotero afila una champeta en el escaparate  sonoro que suena dura y desafiante, esa misma cultura sonora del disco que casi  acaba con la vida de estas curiosas formaciones híbridas musicales  cubano-colombianas. 
Nos traen el famoso 'ron ñeque', fabricado  en alambiques artesanales con la molienda de la escasa caña de azúcar de la  región y cuyo grado de alcohol promete afinarnos el oído vislumbrando las siete  potencias africanas en pleno. Todos beben con esmero contando sus aventuras  alrededor del mundo, como si Estados Unidos o Jamaica estuvieran detrás del  recodo del arroyo y nada más ayer hubiese sido la recordada visita a esos  países. Cayetano Blanco, integrante del grupo, saca pecho y grita a los cuatro  puntos cardinales: 
-Yo toco bien conjuntao, con esmero y todos  me dicen el bongosero de oro. Vea, aquí tengo unos 'cidis' para la venta a solo  20 mil pesitos para que me resuelva el día. 
LOS MILAGROS  DEL 'ÑEQUE' 
El 'ñeque' suelta la lengua. El pueblo vive en unas  condiciones culturales y económicas que no se pueden medir con los parámetros  tristes de la civilización citadina de Barranquilla y Cartagena, aunque parece  que las nuevas generaciones sienten una especie de nostalgia de lo que ofrece  esa cercana modernidad. La plaza, a las doce del día, es un reverbero caliente  en que los escasos árboles se muestran impasibles y hieráticos. No se mueve una  sola hoja y el sudor empapa el rostro y las camisas. Una vendedora de mangos se  anima y llega entre piropos y saludos. Con prolija ceremonia me ofrece un beso  ante las risotadas del sexteto. Cassiani  grita: 
-¡Se la ganó completa! 
No bien se  retira del escenario del escarceo, me dice coqueta la negra en el oído que me  vende; de una, "porque me enamoraste", toda la ponchera con 15 mangos inmensos a  "solo dos mil pesitos". Imposible negarse, pero envía un pésimo mensaje al resto  del público presente pues al rato medio pueblo, usando la proverbial radio  bemba, aparece ofreciendo todo tipo de ungüentos, frutas, libros y hasta  confesiones inéditas "de nuestra ancestral cultura palenquera". Eso obliga a  movilizarse rápido donde no esté tan revuelto el ambiente encaminándonos a la  casa de Graciela Salgado que nos recibe de mala gana. "Claro", dice cuando  llegamos azorados: "Me dejaron de última cuando ya se van". Ofrece cara de  rabieta pero es porque andamos con gente del barrio Arriba, con Cassiani,  acólito mayor de la iglesia, dándole tratamiento de segunda a ella, nativa del  barrio Abajo. Le recordamos a Graciela que somos admiradores de su grupo 'Las  Alegres Ambulancias' y de Batata su difunto hermano, y que ahora el sexteto Tabalá es  ínter barrios pues allí se encuentran reunidos exponentes de los dos sectores  del pueblo. 
Al filo de las tres de la tarde deambulan por las  calles de Palenque vacas, chivos, gallinas, burros, perseguidos por perros, a su  vez perseguidos por niños en uniforme escolar que corren traviesos tirándole  piedras a los nidos de avispas. En el fondo, tras las empalizadas y los árboles  de patio, suenan tambores y gritos, despejándose un poco el tremendo calor del  mediodía con una modesta brisa. Graciela se anima y canta acompañada de un  solitario tambor riéndose del mundo y sus alrededores; le pega duro, grita en  lengua bantú, suda y repica con dureza sobre el curtido cuero. Una parte del  vecindario está convocado en círculo sobre nosotros aplaudiendo las hazañas  mañosas de la tamborera Graciela. 
Un trueno anuncia lluvia  soltándose las primeras gotas ante la correntona general para guarecerse,  subiendo desde el suelo un aroma de calor, de polvo aplastado y de lluvia  fresca. Nos vamos, les decimos. Hasta luego, nos dicen. Cassiani promete una  pronta visita a Barranquilla para deleitarse con los progresos de las ciudades,  interrumpido por la llegada escandalosa del bus que cubre la ruta a Cartagena  con picó a bordo. Son los hijos y nietos de los que huyeron del cierre del  Central Colombia y del Ingenio Santa Cruz, las dos posibilidades antaño de  trabajo de los palenqueros. Nuevamente Cassiani suelta la risa y se despide  cantando: 
-Llegó la reforma agraria, con una bolsa infinita,  que lo malo que hicieron, fue que nos dejaron sin azúcar... 
El  carro parece una bestia mitológica de otros tiempos saliendo de ese territorio  mágico pletórico de africanía, saltando charcos y esquivando, uno a uno, la  lenta romería de nativos que regresan al pueblo para pasar la noche después de  un agobiante día de trabajo. Ahora resuena en la mente una marímbula con su  sonido cadencioso sordo y grave acompañado de la estrofa de una canción del Joe  Arroyo: "San Basilio mete la mano, San Basilio ayuda a mi hermano, mete la  mano"... 
Músicos:Rafael Cassiani Cassiani (voz,  clave)
Cayetano Blanco (voz, bongos)
Jose Valdez (voz, guiro)
Stevenson  Padilla (guiro, coros)
Manuel Valdez (tambor)
Emiliano Herrera  (marimbula)
Invitados:Paulino  Salgado (marimbula)
Bartolme Canate (maracas)
TrackList:01 - Damelo Mamita
02 -  Calamar Tierra De Arena
03 - Agua
04 - Intro Victor Cimarra
05 - La  Reina De Los Jardines
06 - Triguenita
07 - Rasa Carminia
08 - Intro  Rafael Cassianni
09 - Manuela
10 - El Palomo
11 - Intro Rafael  Cassianni
12 - Ofelia
13 - Julia Te Aretiraste
14 - Damelo Tilde
15 - Intro Rafael Cassianni
16 - La Puncherita
17 - Chelo Llevame A  La Habana
18 - Dialogue Cayetano Blanco
19 - La Negra  Chola
Grabado en San Basilo de Palenque, Colombia el 3 de Mayo de  1999.